ActualidadApostillas de la Vida Cotidiana

“La Rosa”. Una Carta de Primavera

Por @Nuwanda

Hoy es un 21 de Septiembre especial. Hace ya casi 8 años este día se convirtió en un permitido. Porque era el único día en que regalarle una flor se podía. Pasa que yo abusé de ese gesto desde el génesis de la relación. En mi utópico mundo tenía cierto atractivo el llegar cada dos por tres con un ramo a la casa.

Ella, con su especialidad típica, más cercana a la racionabilidad y por consecuente, poniendo el foco en el irrefutable hecho de como la economía influía, cada mes, en el valor monetario de la flor, hace tiempo me había marcado sus deferencias a ese gesto.

Mejor, entendía ella, era poder invertir y ayudar a subir los márgenes de ganancia de alguna empresa chocolatera o, incluso, la de los fructíferos productores lácteos que producían queso Mar del Plata.

No tenía ella nada en contra de los pequeños floricultores, pero acaso se inclinaba por aportar su granito de arena en incrementar los bolsillos de aquellos mercaderes que se dedicaban a la producción de bombones, y de esta manera me pedía a mi que también colaborara con esa causa a la hora de mis compras

En un lenguaje más coloquial, era más propensa a que las cinco guitas esas las gastara en un marroc y no en un ramo de petuñas.

Todo este discurso capitalista de oferta y demanda, decía, tenía una excepción: el día de la primavera. Solo entonces si, consideraba necesario, esperaba contenta, le gustaba que la mimaran con el detalle de la flor.

Así lo fue desde hace, contaba al inicio, casi ocho años. Pero este es especial. Esta despedida del infumable invierno, que tantas ansias me genera año tras año, me encuentra con la dificultad de no poder repetir el gesto. El ritual sagrado.

Este año en casi una inexplicable metamorfosis literaria, la homenajeada se convirtió en rosa. Pero no en cualquier Rosa. Sino en una muy semejante a la que imaginó (o no tanto) Saint-Exupéry.

Y a su vez, yo, me convertí sin quererlo en aquel viajero perdido del planeta B612. Y si bien es cierto que nunca necesite de un Zorro para entender aquello de la invisibilidad que envuelve a lo esencial, cuando a esto se lo mira con los ojos, supe comprender la urgencia de hacerle notar que lo primordial, hoy, es cuidar de ella.

De esa Rosa fortuita que, como en el cuento, sobrevivió entre la maleza. Aquella que de tan diferente es única. Aquella flor tan frágil y orgullosa, que no tiene más que cuatro espinas para defenderse contra el mundo.

No habrá este día ramilletes armados, pero si serán necesarias las pantallas protectoras y un fanal imaginario que la cubra por las noches. Evitar que se suban las orugas y dejar tal vez sólo dos o tres que te permitan conocer a las mariposas. Este Septiembre, tal como imaginó el aviador y escritor francés, me descubre con la responsabilidad de velar para que el cordero (oscuro en este caso) no amenace su integridad.

Porque no importa cuantos rosales puede uno cruzarse, al fin de cuentas y tal como decía aquel pequeño príncipe, uno entiende que las flores que uno descubre en el camino “serán parecidas a mi rosa, pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien he regado. Es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse”.

Es por ello que este 21 de Septiembre se saldrá de lo común. Sera la excepción a la regla. Pasará a la historia como “aquel día de la primavera del diecinueve”, en el que la flor no fue el regalo, la flor fue ella misma. Ella, que es “tan débil y tan inocente, que sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo…”

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